EL SILLÓN DE LA ESPERANZA

El aire del hospital le pareció tan frío y estéril como siempre. Las largas filas de sillas de plástico blanco ofrecían escasa comodidad.

Llevaba horas esperando en aquel pasillo, ansioso, como todos los demás. Su madre le había insistido en que llegara temprano, para tener mejores posibilidades de conseguir un buen lugar.

Cuando por fin llamaron a los enfermos que iban a ser intervenidos aquel día, se levantó de un salto, pronto a responder. Sin embargo, su sorpresa fue mayúscula al comprobar que las plazas eran muchísimo menos de las que habían acudido.

Tendría que esperar aún más tiempo, y todo apuntaba a que sería una espera larga y tediosa. Resignado, regresó a su asiento e intentó pasar el rato leyendo un libro que había traído.

Llevaba ya varias horas en ese pasillo cuando el médico salió por fin de la sala de operaciones. Comenzó a llamar a los pacientes de la lista uno a uno. Su corazón latió con fuerza cuando pronunció su nombre.

Por fin era su turno. Sus nervios se calmaron al entrar en la sala y ver todos los aparatos e instrumentos médicos tan conocidos de las películas y reportajes que había visto.

Se tumbó en la camilla y esperó a que le administrasen la anestesia. Un sillón para operados de cadera. Esa era la frase del titular que imagino para aquella jornada tan larga y decisiva.

Cuando despertó de la operación, su pierna derecha descansaba en alto, inmóvil. Le costó acostumbrarse a aquella posición y a las incómodas férulas que la sujetaban.

Su madre y su esposa lloraban a su lado, evidentemente aliviadas al ver que la intervención había salido bien. El médico se acercó para explicarle que todo había ido estupendamente y que era cuestión de tiempo que las heridas cicatrizaran y pudiera volver a caminar con normalidad.

A pesar de las buenas noticias, el postoperatorio resultó extremadamente embarazoso y doloroso. Precisaba de la ayuda de las enfermeras para todo, desde comer hasta girarse en la cama. Se sentía completamente inútil.

Durante las semanas de ingreso en el hospital, tuvo muchas horas para pensar en aquel día en el pasillo, horas antes de la operación. Recordó la tensión, el miedo, la incertidumbre.

Comprobó lo afortunado que era de contar con la love y el apoyo de quienes lo rodeaban. Un sillón para operados de cadera. Esa simple frase resumía toda una odisea, desde la espera hasta la recuperación.

Ahora, de vuelta en casa, con la pierna en reposo pero fuera de peligro, sus pensamientos volvían una y otra vez a aquel sillón de hospital, símbolo de una prueba difícil pero superada. La frase seguía resonando en su memoria, tan familiar como el latido de su corazón.

Un sillón para operados de cadera.

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