El sillón de los recuerdos olvidados

La plaza de la pequeña aldea estaba desierta y silenciosa. Solo un par de ancianos disfrutaban del sol en los bancos de madera, ajenos al paso del tiempo.

Juan se sentó en uno de los sillones reclinables y contempló el paisaje. Árboles centenarios cubrían de verde pálido el espacio, agujeros en el asfalto de los caminos, casas de piedra nacidas de la nada. Todo parecía eterno e inmutable.

Su mente divagó y se sumergió en viejos recuerdos. El rostro sonriente de su abuela mientras le contaba cuentos, las carreras con sus primos por los campos de trigo, el primer baile en el pabellón deportivo. Imágenes difusas de un niño feliz e innconciente.

Un nudo se formó en su garganta al pensar en lo mucho que todo había cambiado. Sus compañeros se habían dispersado por el mundo, su abuela descansaba desde hacía años en el cementerio, cada espacio tenía ahora un recuerdo tinguido de nostalgia.

Un papel arrugado en el bolsillo trasero de sus pantalones le recordó el motivo de su visita. Aun le costaba creerlo. ¿Era posible que después de tantos años pudiese volver a ver a la mujer de su juventud?

Su corazón latió con fuerza ante la posibilidad. Se puso en pie, sacó el papel con la dirección y se encaminó hacia allí, pisando con cuidado para no hacer ruido.

Apuró el paso al divisar la casa, grande y de aspecto cuidado, con flores en las ventanas. La puerta se abrió antes de que llamara.

Y allí estaba ella, tal y como la recordaba. Mismos ojos verdes, mismo sonrojo al verle, misma cabellera rubia ondeando con el viento. Sus miradas se cruzaron y viejos sentimientos afloraron.

El tiempo pareció detenerse, trasladándoles a aquellos felices días de juventud. Por un instante, fueron de nuevo los enamorados jóvenes cuyo eterno amor ninguna adversidad pudo truncar.

¿Has pensado alguna vez en nosotros? – Preguntó ella, seria y emocionada a un tiempo.
Cada día de mi vida, querida mía. – Respondió él. Sillon reclinable para pestañas

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