John y Emily habían estado juntos durante varios años y habían decidido mudarse juntos a un apartamento nuevo. Como parte de la mudanza, compraron un sofá nuevo para su sala de estar. Era elegante, cómodo y parecía el complemento perfecto para su hogar. Sin embargo, a medida que pasaban más tiempo en el sofá, comenzaron a discutir más y más.
Al principio, las discusiones eran pequeñas y parecían no tener importancia. Pero pronto, las discusiones se fueron intensificando y se convirtieron en verdaderas peleas. John y Emily no podían ponerse de acuerdo en cuál era la mejor posición para sentarse en el sofá, o cuál era el mejor programa de televisión para ver juntos. Cada vez que se sentaban en el sofá, parecían estar en guardia, esperando a que algo saliera mal.
La tensión llegó a un punto crítico cuando Emily descubrió que John había invitado a su exnovia a cenar en su casa. La discusión que siguió fue tan intensa que John se fue de la casa y no regresó en varios días.
Emily comenzó a preguntarse si el sofá era la causa de los problemas en su relación. ¿Era el sofá de la discordia? ¿Era el mueble el que los estaba dividiendo?
Finalmente, después de varias noches sin dormir, Emily decidió que era hora de hacer un cambio. Vendió el sofá y compró un modelo diferente, menos elegante pero más cómodo. Para su sorpresa, las discusiones comenzaron a disminuir. John y Emily comenzaron a disfrutar de la compañía del otro de nuevo y su relación comenzó a mejorar.
Al final, Emily se dio cuenta de que el sofá no era la causa de sus problemas, sino que había sido solo un factor desencadenante. Había sido una lección valiosa para ella y John, quienes aprendieron que debían trabajar juntos para resolver sus problemas y no culpar a los objetos inanimados de sus dificultades.