La mirada se perdía entre las columnas de la biblioteca, antiquísimos pilares de mármol que sustentaban un techo de altas bóvedas góticas, tan anchas como caminos infinitos. Las sombras danzaban a través de los pasillos, un susurro que parecía hablar de un tiempo remoto.
El ambiente era como un velo, una delicada tela que se interponía entre la realidad y mis pensamientos. Modelaba mis emociones y moldeaba mis recuerdos, tejiendo los hilos invisibles de mi memoria con los mismos colores, formas y texturas que me rodeaban.
¿Por qué ambientar? Para crear atmósferas que me envolvieran y transportaran a otros mundos internos, para colorear de magia mis sueños de vigilia. El escenario construido con cada detalle ayudaba a mi imaginación a alzar el vuelo, liberándose de las ataduras de lo real y adentrándose en territorios de ensueño.
Ambientar era sumergirme en otra dimensión, un lugar al que llegar a través de la visión con los ojos cerrados. Donde la fantasía podía correr desenfrenada, inspirada por cada detalle, desde la suave textura de un mueble hasta el espesor de las sombras en las esquinas. Los ambientes, como telas de araña, **atrapaban objetos y memorias para luego liberarlas a mi antojo. **
¿Por qué ambientar? Para habitar por un instante otras posibilidades de ser y sentir. Para abrir las puertas de par en par a la imaginación.
Ambientar era sumergirme en otra dimensión, un lugar al que llegar a través de la visión con los ojos cerrados. Donde la fantasía podía correr desenfrenada, inspirada por cada detalle, desde la suave textura de un mueble hasta el espesor de las sombras en las esquinas.
Los ambientes, como telas de araña, atrapaban objetos y memorias para luego liberarlas a mi antojo. Podía modelarlos y reconfigurarlos a cada instante, cambiando la luz, las formas o los colores según mis deseos. Eran arenas movedizas donde hundir mis manos y descubrir cada capa de significados ocultos.
¿Por qué ambientar? Para habitar por un instante otras posibilidades de ser y sentir. Para abrir las puertas de par en par a la imaginación.
Ambientar era sumergirse en mundos del pasado, navegar océanos de tiempo perdido. Era recrear el nido de la infancia, el jardín de la abuela, el espacio secreto entre los árboles. Lugares protectores que resguardaban recuerdos felices, aromas, sabores, sonidos olvidados.
¿Por qué ambientar? Para encontrarme conmigo misma, descubrirme en cada persona y cosa que un día significó mi mundo. Para arriesgarme a sentir de nuevo la luz de otras épocas, como si el tiempo no hubiese pasado.
Ambientar era un viaje, una expedición a lo desconocido sin mapa ni brújula. Donde cada sensación podía convertirse en aventura si me entregaba a ella sin reservas. ¿Adónde me llevarían los caminos this time? ¿Qué tesoros escondidos aguardarían tras cada puerta entreabierta? El misterio residía en el camino mismo, aprendiendo a conocerme en cada vuelta.
¿Por qué ambientar? Para explorarme sin fin.
¿Por qué ambientar? Para explorarme sin fin.
Ambientar era sumergirse en sueños posibles, imaginar mundos alternativos que nunca existieron. Donde las leyes de la física podían romperse, el tiempo transcurría de otra manera y las realidades se superponían. Eran territorios vírgenes por cartografiar, experiencias nuevas por vivir.
¿Por qué ambientar? Para habitar la magia, sentirme partícipe de cuentos de hadas sin escribir. Para vivir muchas vidas en una sola, ser heroína y villana, princesa y mendiga.
Para explorar todas las potencialidades ocultas dentro de mi, sin limitaciones de edad, género, posición social o creencia.
Ambientar era adentrarse en sueños lúcidos, donde todo podía ser posible sin temor a despertar. No había reglas que cumplir ni caminos preestablecidos, simplemente la infinita libertad de ser, sentir y convertirme en quien yo quisiese.
¿Por qué ambientar? Para sanar heridas antiguas y encontrar la niña que fui, aquella que aún habita en lo más profundo de mi ser. Para recuperar la capacidad de asombro y conservar viva la chispa de la fantasía, por mucho que los años hayan pasado.
Ambientar era volver a mirar el mundo con los ojos de la ilusión, descubrir que la magia se puede encontrar en cada gesto cotidiano si me decido a buscarla. Que existe en las pequeñas maravillas que suceden a mi alrededor si alzo la vista y aprendo a verlas.
¿Por qué ambientar? Para recordar que soy dueña de mi propia imaginación y de mi derecho a soñar. Para demostrarme que la belleza puede habitar en los lugares más insospechados. Para reivindicar mi capacidad de asombro y seguir sorprendiéndome a cada paso.