¿Quién se sentará en el viejo sillón para la historia?

El sillón de cuero marrón había sido testigo mudo de tantas historias a lo largo de los años. Ahora, abandonado en un rincón del viejo salón, parecía esperar a que alguien se sentara en él de nuevo para continuar la narración donde se había quedado.

La casa era enorme y silenciosa, la herencia de una familia acaudalada cuyos miembros se habían ido apagando uno a uno. Ninguno quedaba para reclamar aquel sillón para la historia.

Un día, un joven se presentó en la puerta. Decía ser pariente lejano de los antiguos dueños, y haber heredado la casa según el testamento familiar. Los vecinos lo miraron con sorpresa, pues no sabían que hubiese otros herederos.

El joven parecía fascinado por la historia de la casa. Pasaba horas enteras explorando cada rincón, como si hubiese viajado al pasado. Y siempre terminaba su recorrido en el viejo salón, sentándose en aquel sillón para la historia y perdiéndose en sus pensamientos.

Poco a poco, los vecinos se acostumbraron a ver al joven en el sillón, e imaginaron que quizá este sería quien finalmente se sentase en él para continuar las narraciones inconclusas. Ahora, el sillón parecía guardar en su viejo cuero los relatos de vidas pasadas y futuras, tejiendo así la trama de unas memorias que perdurarían.

¿Quién se sentará en el viejo sillón para la historia? El joven heredero, quizá, quien se convertiría en el digno narrador de aquel sillón para la historia.

El joven iba transformándose a medida que pasaba hora tras hora sumido en las memorias del sillón. Sus ojos parecían haber envejecido junto con el cuero, y su semblante tomaba una expresión a la vez pensativa y melancólica.

Pronto, los vecinos dejaron de verlo sólo como al chico del sillón, y pasaron a contemplarlo con respeto, como si también él formara parte de la historia de la casa. Su presencia parecía haber devuelto el alma a aquellas paredes mudas.

Un día, el joven se presentó ante ellos con paso decidido: “Creo que ya es hora de que la saga de esta familia siga su curso”, dijo con solemnidad. Los vecinos asintieron, emocionados. Habían imaginado aquel momento desde siempre.

Y así, el joven se convirtió en su narrador. Al sentarse en el ya venerable sillón para la historia, la narración continuaba aquella que parecía haber quedado inconclusa. Las nuevas historias que forjarían la leyenda de aquella casa, y el lugar que en ella ocuparía aquel sillón, cargado ya de las memorias de tantas vidas.

¿Quién se sentará en el viejo sillón para la historia? El joven heredero, poseedor de los secretos de la casa y digno sucesor de quienes le contaron las historias que ahora él relataba. Su voz resonó en aquellas paredes como la de otros tiempos, enlazando pasado y futuro en una saga infinita.

Así pues, el sillón guardó, y seguirá guardando para siempre, las historias de quienes lo habitaron. Aquél sillón para la historia.

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